Se ha dicho acertadamente que educar no es llenar
una vasija vacía sino encender una luz. En otras palabras, educar es enseñar a
pensar y no sólo enseñar a tener conocimientos. Estos nacen del hábito de
pensar con profundidad. Hoy en día conocemos mucho pero pensamos poco lo que
conocemos. Aprender a pensar es decisivo para situarnos autonómamente en el
interior de la sociedad del conocimiento y de la información. En caso
contrario, seremos simples caudatarios de ella, condenados a repetir modelos y
fórmulas que se superan rápidamente. Para pensar, de verdad, necesitamos ser
críticos, creativos y cuidantes.
Somos críticos cuando situamos cada texto
o evento en su contexto biográfico, social e histórico. Todo conocimiento
envuelve también intereses que crean ideologías, que son formas de
justificación y también de encubrimiento. Ser crítico es quitar la máscara de
los intereses escondidos y sacar a la superficie conexiones ocultas. La buena
crítica también es siempre autocrítica. Sólo así se abre espacio para un
conocimiento que corresponde mejor a lo real siempre cambiante. Pensar
críticamente es dar buenas razones de aquello que queremos e implica también
situar al ser humano y al mundo en el cuadro general de las cosas y del
universo en evolución.
Somos creativos cuando vamos más allá de
las fórmulas convencionales e inventamos maneras sorprendentes de expresarnos a
nosotros mismos y de pronunciar el mundo; cuando establecemos conexiones
nuevas, introducimos diferencias sutiles, identificamos potencialidades de la
realidad y proponemos innovaciones y alternativas consistentes. Ser creativo es
dar alas a la imaginación, "la loca de la casa", que sueña con cosas
aún no ensayadas, pero sin olvidar la razón que nos pone los pies en la tierra
y nos garantiza el sentido de las mediaciones.
Somos cuidantes cuando prestamos atención
a los valores que están en juego, atentos a lo que realmente interesa y
preocupados con el impacto que nuestras ideas y acciones pueden causar en los
demás. Somos cuidantes cuando no nos contentamos solamente con clasificar y
analizar datos, sino cuando por detrás de ellos discernimos personas, destinos
y valores. Por eso, somos cuidantes cuando distinguimos lo que es urgente y lo
que no lo es, cuando establecemos prioridades y aceptamos procesos. En otras
palabras, ser cuidante es ser ético, persona que pone el bien común por encima
del bien particular, que se responsabiliza por la calidad de vida social y
ecológica y que da valor a la dimensión espiritual, importante para el sentido
de la vida y de la muerte.
La tradición ilustrada de educación ha enfatizado
mucho la dimensión crítica y la creativa y menos la cuidante. Ésta es urgente
hoy. Si no somos colectivamente cuidantes vaciaremos la crítica y la
creatividad y podemos echar todo a perder, o bien podemos vivir en sociedad con
justicia mínima y paz necesaria y condiciones de la biosfera sin las cuales no
hay vida. Albert Einstein despertó a la dimensión cuidante de todo saber cuando
Krishnamurti le interpeló: ¿En qué medida, Sr. Einstein, su teoría de la
relatividad ayuda a disminuir el sufrimiento humano? Einstein, perplejo, guardó
discreto silencio. Pero cambió. A partir de ahí se comprometió por la paz y
contra las armas nucleares. En todos los ámbitos de la vida, necesitamos personas
críticas, creativas y cuidantes. Es condición para una ciudadanía plena y para
una sociedad que se renueva siempre. Tarea de la educación hoy es crear tal
tipo de personas.
Leonardo Boff
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